El multiculturalismo de la "escuela de Frankfurt" y el pesimismo cultural

El movimiento del “multiculturalismo” también proyecta el pesimismo cultural, basado en la “Escuela de Frankfurt” y pensadores como Michel Foucault y Frantz Fanon. El multiculturalismo describe a Occidente como una fuerza singularmente maligna en la historia. Para el multiculturalista, la civilizacion occidental es pura “Zivilization”; no hay “Kultur” en su corazón. En este contexto, según el movimiento multiculturalista, subsiste no obstante esperanza de progreso cuando mira el futuro, basado en la idea de la liberad política entendida como una medida de liberación personal y la exigencia de instituciones democráticas “genuinas”, encarnada en el individuo plenamente “autorrealización” autónoma fundada en la idea de “tolerancia y diversidad”. El multiculturalismo alude a una nueva hermandad humana realizada como una civilización universal, “un solo mundo”, despojado de sus atributos occidentales, lo cual además supone el fin de los nacionalismos. Así, la visión roussoniana de una virtud colectiva primitiva se transforma en la visión de una comunidad socialista con igualdad garantida para todos sus miembros, al margen de raza, color o género. Siendo la identidad la clave de la crítica multiculturalista, si antes la fuerza impulsora del progreso humano era el Occidente moderno, aparece ahora como su mayor obstáculo, razón por la cual la instauración de este orden ideal “progresista” requiere el derrumbe de la hegemonía de la civilización occidental.
La esperanza de la humanidad radicaba pues entonces en la fuerza vital de los pueblos no blancos, de hecho alzados contra la alienante dominación occidental. En definitiva, la personalidad del “tercer mundo”, la “persona de color” tenía la vitalidad necesaria para llevar la renovación no sólo a su cultura postcolonial sino también a la agotada cultura blanca. El historiador materialista Leften Stavrianos (1913 – 2004) proclamaba que el inminente colapso de la hegemonía occidental liberaría a los pueblos no blancos de la esclavitud cultural y económica y serán la base de una nueva era de paz y prosperidad. Esta prosperidad no occidental no se lograría mediante el capitalismo sino mediante sociedades colectivistas según el modelo “tercermundista”.
El dramático poeta francés, Antoine Marie Artaud (Antonin Artaud, 1896 – 1948), que agobiado por la locura y el consecuente tratamiento psiquiátrico sentó las bases del "teatro de la crueldad" (aquél que apuesta por el impacto violento en el espectador y, para ello, las acciones, casi siempre violentas, se anteponen a las palabras, liberando así el inconsciente en contra de la razón y la lógica), ya había proclamado la santidad de la tierra y que la cultura solar de los indios Tarahumara, "raza - principio", es superior a la del hombre de Occidente.
Al efecto, Sartre adhiere a los “condenados de la tierra” como la nueva humanidad del futuro. La idea del “buen salvaje” del orientalismo resurgía con los rasgos del campesino tercermundista o habitante del “ghetto”, fuerte de cuerpo, mente y espíritu, con energía y compasión, características de las que carece su congénere occidental. Para Sartre, los dirigentes comunistas como Fidel Castro y Ernesto Guevara eran la consumación del hombre auténtico. Maurice Merleau-Ponty sostuvo que el comunismo constituía una forma de libertad espiritual y concluirá: “La violencia es el origen común de todos los regímenes... Deberíamos optar por la violencia revolucionaria porque tiene un futuro humanista”. De esta forma, el terror stalinista no era sino una forma “honesta” de la violencia y terror propio del capitalismo liberal. Frantz Fanon, estudioso de La Sorbone de París, identificaba el Occidente corrupto con el colonialismo e imperialismo, llamando a ejercer en su contra una “violencia sagrada”. De esta forma, los ritos de la “violencia sagrada”, como las revoluciones, los secuestros, los coches-bomba y la quema con “collares de neumáticos”, eran actos de autenticidad existencial que arrasarían con el impero occidental. J. P. Sartre dirá: “Existe en la Unión Soviética total libertad de crítica… Todos los poderes se han eliminado porque cada individuo tiene plena posesión de sí mismo”. Susan Sontag se referirá a sus anfitriones vietnamitas como “encantadores y nobles” que contrastaban con los “individuos deshumanizados” y los “muertos vivientes” de la cultura estadounidense. Conforme a su pensamiento, estas experiencias revolucionarias del comunismo eran las experiencias necesarias para recobrar la “fe en la raza humana”. No obstante, las revelaciones sobre los campos de exterminio en Cambodia y las matanzas realizadas por los comunistas chinos en el marco de la “revolución cultural”, enfriaron el fervor favorable al comunismo tercermundista.
En 1967, Susan Rosenblatt - quien utiliza el nombre de Susan Sontag - exclamaba: “Lo cierto es que Mozart, Pascal, Shakespeare, los gobiernos parlamentarios, la emancipación de las mujeres... no redimen lo que esta civilización ha forjado en el mundo. La raza blanca es el cáncer de la historia humana”. Alfredo Bonano sentenciará: “Toda la máquina de la tradición cultural de Occidente es una máquina de muerte, una negación de la realidad, el reino de lo ficticio que ha acumulado todo tipo de infamias y vejaciones, de explotación y genocidio”. Así, William Empson proclama: “Todo ha sido archivado... la historia tiene una corriente, cada uno de nosotros es una isla... aguardando el fin”. Jesse Jackson proclama en 1987: “¡Muera la cultura occidental!”.
El pesimismo cultural ya lo sistematizaba el inglés David Herbert Lawrence (1885 – 1930), quien encontraría en Dostoievski aliciente para su odio a la civilización occidental, al industrialismo, a la ciencia y a la técnica. Lawrence declara: “Estoy tan triste… por esta gran oleada de civilización, de 2 mil años, que hoy se está desplomando, que me resulta difícil vivir. ¡Tanta belleza y pathos de antiguas cosas que están acabando, sin que surjan otras nuevas…! El invierno se extiende ante nosotros, y ahí se pierde toda visión y se apaga todo recuerdo”. Concluye entonces Lawrence: “Si la humanidad es destruida, si nuestra raza es destruida como Sodoma, y existe este bello anochecer con su tierra luminosa y sus árboles, estoy satisfecho... Que la humanidad se extinga, es hora... La humanidad ya no encarna la expresión de lo incomprensible. La humanidad es letra muerta... Que la humanidad desaparezca cuanto antes”. Por su parte, el crítico poeta inglés William Empson (1906 - 1984) sentenciará: “Todo ha sido archivado… la historia tiene una corriente, cada uno de nosotros es una isla, aguardando su fin”.
William James (1842 – 1910) advierte: “El pesimismo conduce a la debilidad”. A su vez, con agudeza el escritor británico Gilbert Keith Chesterton (1874 – 1936) precisa: “El pesimismo no consiste en estar cansado del mal, sino estar cansado del bien”.
En una conferencia ante el Senado de Italia dictada en mayo del año 2004, el Cardenal Joseph Ratzinger (ungido Papa con el nombre de Benedicto XVI en marzo del año 2005), señaló que uno de los problemas de Europa y, en realidad, de todo Occidente, es que pareciera sentir “odio por sí mismo”:

“Occidente sí intenta laudablemente abrirse, lleno de comprensión a valores externos, pero ya no se ama a sí mismo; sólo ve de su propia historia lo que es censurable y destructivo, al tiempo que no es capaz de percibir lo que es grande y puro. Europa necesita de una nueva –ciertamente crítica y humilde- aceptación de sí mismo, si quiere verdaderamente sobrevivir”.

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